Un día, cuando menos lo esperaba, me encontré con una rara estrella que aunque podía vivir muy arriba, escogió compartir su luz con la gente común, una estrella que brillaba más que las otras porque aunque su talento era superior al de muchas personas con las que me he cruzado en la vida tenía una sencillez única y una calidez especial que compartía con las personas a su alrededor sin distinguir su color, la plata que tuviera en los bolsillos o cualquiera de esas cosas terrenales a las que tanta importancia les damos.
Disfrute varios días de su calor, su voz armoniosa y de charlas entre carcajadas, sin saber que solo andaba por la tierra de paseo y que antes de poder disfrutar todo lo que podía ofrecerme, iba a continuar su camino.
Ahora, luego de este efímero encuentro, me quedo con la alegría de haber disfrutado la presencia de una verdadera estrella y el deseo de que acá, allá o en el lugar en el que todos terminamos nuestras historias logre oír la voz reconfortante de este amigo fugaz.